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Tema: Los espías vascos en la Argentina

  1. #1
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    Los espías vascos en la Argentina

    Las aventuras de espionaje del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en los años de la Segunda Guerra Mundial revelan una alta dosis de ingenuidad política. La inexperiencia, unida a la sobrevaluación que los vascos hacían de su propio papel en la historia de Europa, los comprometió en episodios que no pudieron controlar. Finalmente, los mejores cuadros de los Servicios Vascos, como denominaron a su red de espías, terminaron a las órdenes de la CIA que, por su parte, también traicionó al más incondicional de todos los agentes vascos, Jesús de Galíndez, y lo dejó en las manos del dictador dominicano Rafael Trujillo, quien lo hizo asesinar.

    Los vascos se encontraron en una posición incómoda desde el mismo comienzo de la guerra civil española.

    Católicos a ultranza y anticomunistas fueron bombardeados sin piedad por la aviación de Francisco Franco y sus líderes religiosos perdieron la vida ante los pelotones de fusilamiento, tan católicos y anticomunistas como ellos mismos.

    La formación del espionaje vasco, según el historiador Ludger Mees, fue impulsada por la necesidad de "compensar la insignificancia de los vascos en el marco de la política internacional, en el cual se trataba de conseguir la confianza y simpatía de los Aliados para vencer a Hitler y después a Franco".

    Al principio los vascos se establecieron en París, pero al poco tiempo los alemanes ocuparon la ciudad y se apoderaron de sus archivos. Casi todos los miembros de la red dentro de España cayeron presos en los días posteriores, ya que los nazis entregaron a Franco la documentación capturada a los vascos.

    A partir de ese momento, los dirigentes del PNV se refugiaron en las colonias vascas de América latina y buscaron el respaldo logístico y económico de Estados Unidos y Gran Bretaña.

    En nuestro país se produjo una movilización de la comunidad para favorecer la radicación de los fugitivos vascos, tanto de los que procuraban salir de España como de los que se habían establecido momentáneamente en Francia antes de que fuera ocupada por el ejército nazi. El presidente Roberto Ortiz, un descendiente de vascos, reconoció ya en 1940 a un comité de personalidades argentinas y españolas como intermediario para la rápida entrada de los que emigraban de Europa, con la garantía de que no tuvieran antecedentes comunistas.

    La avalancha de vascos hacia el puerto de Buenos Aires dio lugar a urgentes necesidades económicas que los centros regionales no estaban en condiciones de asumir de un día para otro. A comienzos de 1941, el respetable empresario vasco Ignacio Burundarena lanzó un llamado "a 100 vascos o sus descendientes para que aporten una cuota de 50 pesos mensuales durante un año". A pesar del entusiasmo de los primeros momentos, los resultados económicos de la colecta no fueron los esperados.

    En esa situación humanitaria y financiera tan crítica se concretaron las alianzas de inteligencia de los vascos con los servicios secretos británicos y norteamericanos.

    En 1946, los agentes vascos recibían toneladas de explosivos de sus contactos norteamericanos para cometer actos de terrorismo dentro de España. La hipótesis de los vascos según la cual primero caería Hitler y después Franco, entretanto, tocaba su fin.

    Comenzaba una nueva etapa y el hombre de los Estados Unidos cerca de los vascos fijó las nuevas reglas de juego. "La única condición que el agente norteamericano puso fue que no hubiera ninguna interferencia de los comunistas", dice un informe confidencial de entonces.

    La colaboración con la CIA dividió a los líderes vascos, sobre todo a partir del momento en que "el comportamiento de los norteamericanos, que buscaban cada vez más descaradamente en Franco a un nuevo aliado anticomunista, acabó definitivamente con un largo sueño de los nacionalistas vascos".

    Uno de los fundadores de la red, José María Lasarte, que residía en forma permanente en Buenos Aires y que había impulsado la colaboración con la CIA, terminó apartándose de la política aunque mantuvo en el plano personal su relación con el más importante de los agentes vascos al servicio de la inteligencia norteamericana. Este, el profesor de la Universidad de Columbia e historiador Jesús de Galíndez, terminó secuestrado y asesinado en Nueva York por orden del dictador dominicano Trujillo, a quien había servido como propagandista.

    Lasarte dejó testimonios escritos de su malestar por la dirección política que tomaba el trabajo que realizaban los espías vascos en Buenos Aires. En un informe del consejero legal de la Embajada de los Estados Unidos en nuestro país, Francis E. Crosby, dirigido a la oficina central del FBI, el diplomático deja constancia de la protesta de Lasarte ante su pedido de que "les entregara una lista completa de sus contactos y fuentes de información, así como los detalles del funcionamiento de su organización, alegando su temor a que esta información cayera en manos equivocadas, como había ocurrido una vez en Francia, con resultados desastrosos". Lasarte le entregó a Crosby una copia de una carta que le había enviado al presidente de los nacionalistas vascos, José Antonio Aguirre, acompañada con un informe general de la labor cumplida en la Argentina. De paso, Lasarte le hizo saber a Crosby su disgusto por la reducción del subsidio de 2.000 dólares a solamente 1.500, que la organización recibía del presupuesto de inteligencia de los Estados Unidos.

    Para Lasarte, los espías norteamericanos habían confundido el papel que jugaban los vascos. La red "no es un grupo de individuos agentes suyos, sino el servicio de información de una organización patriótica que trabaja creyendo servir a una causa común de la libertad", escribió amargamente. Y sobre la cuestión del dinero, agregó que "el aspecto económico no puede preocupar a los amigos, para quienes el volumen de su presupuesto tengo la seguridad de que es una verdadera insignificancia".

    Lasarte había construido en Buenos Aires una red también con los nacionalistas gallegos y catalanes y administraba el flujo de informaciones antes de transferirlas a los contactos de la CIA. Sin embargo, uno de los operadores de la red descubrió que los activistas comunistas de una gran fábrica de Bilbao fueron detenidos porque los norteamericanos habían pasado a la policía franquista los datos contenidos en un informe preparado por los nacionalistas vascos. "El Partido Nacionalista Vasco estaba siendo utilizado por la política exterior de los Estados Unidos y no para la liberación de Euzkadi", afirma el historiador español Gregorio Morán.

    El rapto de Galíndez y su cruento crimen, en 1956, puso sobre aviso a los vascos: estaban corriendo graves riesgos porque el viraje de Estados Unidos hacia Franco dejaba sus secretos a merced de éste y su policía, que mantenía vínculos técnicos estrechos con gobernantes anticomunistas como Trujillo.

    Aunque en los primeros momentos los vascos se resistían a considerar a Galíndez como un agente del espionaje norteamericano, en los años siguientes a su asesinato surgió ese perfil indeseable. En un libro de memorias, titulado The president''s Private Eye (El ojo del Presidente), el espía norteamericano jubilado Tony Ulasewicz sostiene que Galíndez recibió y distribuyó en América latina entre 1950 y 1956 más de un millón de dólares a miembros de la red de los vascos. Ulasewicz tuvo a su cargo la investigación sobre el misterioso secuestro de Galíndez y llegó a la conclusión de que "era, en realidad, un pagador de agentes de la CIA camuflados dentro de la resistencia vasca que operaba en secreto en América latina".

    En la historia del PNV el destino de los Servicios Vascos en la Argentina se pierde a partir de 1973, por lo menos según los datos del historiador Ludger Mees.

    Es posible que los últimos miembros de la red, prácticamente dedicada en esos años exclusivamente a investigar a los comunistas latinoamericanos, se hayan refugiado en la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), cuyo director, el vasco Andoni Astigarraga, había sido uno de los fundadores de los Servicios Vascos en Buenos Aires.

    La utopía de una nueva Euskadi


    Rogelio García Lupo. PERIODISTA.
    El 15 de febrero de 1946, a la madrugada, 840 hombres fueron embarcados en el transporte militar británico "Highland Monarch", amarrado en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires. El coronel inglés D.J.W. Bingham verificó personalmente la identidad de todos ellos, divididos en un grupo de 811 prisioneros de guerra que habían tripulado el acorazado alemán Graf Spee y otro de 29 espías nazis, entre estos últimos cinco españoles.

    Hasta ahora nadie había puesto en duda que la identificación de los agentes nazis fue la obra de los servicios de inteligencia norteamericanos y británicos. Pero la publicación de archivos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en la Argentina, como fuente de la historia de esa organización, escrita por un equipo encabezado por el investigador alemán Ludger Mees, permite ahora descartar aquella certeza.

    Según la documentación recientemente conocida, el PNV vigilaba la actividad local de los agentes nazis, valiéndose de sus contactos con la colectividad española y del privilegiado acceso que los vascos lograron en varios gobiernos argentinos.

    "Hubo más de un gran éxito, como el completo desmantelamiento de una red de espionaje nazi y el descubrimiento de sus ayudantes falangistas en Buenos Aires", según afirma el agente vasco Andoni Astigarraga citado al mencionar el episodio que culminó en 1946 con la deportación de los espías alemanes y sus socios españoles.

    Astigarraga fue el responsable del servicio de inteligencia de los vascos, primero en Caracas y más tarde en Buenos Aires, donde reorganizó después la red de informantes cuando, terminada la guerra, la persecución a los nazis fue reemplazada por la persecución a los comunistas, hasta la víspera aliados de los Estados Unidos. El material histórico de Astigarraga forma parte de un fondo documental denominado Servicios Vascos, que permite seguir la evolución de una red de inteligencia inicialmente construida para servir a la política del PNV pero que terminó al servicio de la CIA, especialmente en América latina.

    La formación de los Servicios Vascos apareció como necesaria hacia el final de la guerra civil española, cuando decenas de miles de vascos comenzaron a abandonar su país, sometido a la represión del triunfante general Franco.

    En su desesperación por encontrar un lugar para los refugiados, los líderes vascos hasta pensaron en establecer un "Estado Vasco Autónomo" en América del Sur y consultaron a los gobiernos de Ecuador y Paraguay, aunque después se limitaron a gestionar ventajas migratorias y renunciaron a la idea fantástica de una "Nueva Euzkadi en los Andes".

    En sus orígenes, los servicios vascos habían concentrado su actividad en registrar la presencia militar de alemanes e italianos en España. La tarea se depositaba después en el servicio de información de la República española que terminó recibiendo a los vascos como parte de su organización. También fueron reconocidos por los servicios de inteligencia del ejército francés, que pagaba a cambio de sus informes cuando la guerra en toda Europa estaba a un paso.

    En 1943 el presidente de los nacionalistas vascos, José Antonio Aguirre, decidió negociar con Estados Unidos un programa de cooperación política que de hecho puso a la red de los vascos a las órdenes de la inteligencia norteamericana. Bajo la forma de un acuerdo general de cooperación, las delegaciones del gobierno vasco en el exilio comenzaron a reunir información sobre los intereses alemanes en América latina, la identidad de sus representantes y los movimientos de personas y dinero en el campo comunista. Esta decisión de Aguirre incluyó un acuerdo financiero de los Servicios Vascos con el FBI. En la práctica, el FBI comenzó a pagar los gastos de los espías, entre ellos centenares de marineros vascos que se habían embarcado en flotas mercantes de otros países para salir de España.

    En las nuevas condiciones de trabajo, los espías cobraban de los fondos norteamericanos hasta 2.000 dólares en la Argentina y no más de cien en Chile. La tarea consistía en infiltrarse en organizaciones nazis y comunistas y recoger la mayor información sobre sus planes. Pero "los norteamericanos se quejaron de que la cantidad y la calidad de la información facilitada no correspondía a la generosa retribución de esos servicios en Argentina", afirma el historiador Mees. La crisis llevó al delegado del gobierno vasco en Buenos Aires, José María Lasarte, a proponer "nuevos agentes para mejorar el rendimiento", pero la propuesta fue rechazada por Washington.

    La cuestión de la colaboración con la inteligencia norteamericana a cambio de dinero caliente se convirtió en un asunto políticamente peligroso. Los Servicios Vascos recopilaban información sobre la actividad comunista en los países latinoamericanos, que por lo general terminaba en los archivos del FBI. Tambien los espías vascos dentro de España recogían información sobre la acción comunista en las fábricas y la remitían a los responsables de la red. El trabajo de los vascos contribuyó a formar un valioso banco de datos sobre la agitación antifranquista dentro de España.

    Fue entonces cuando el giro de la política mundial modificó radicalmente el tratamiento norteamericano a la España franquista. El presidente Dwight Eisenhower y el general Francisco Franco suscribieron un tratado por el que España cedió bases militares a los Estados Unidos, funcionales al conflicto conocido como "Guerra Fría" con la Unión Soviética.

    Los datos acumulados por la inteligencia norteamericana mientras Franco era su enemigo se transformaron en un arse nal a disposición de la policía española cuando España pasó a la condición de socio militar en el frente antisoviético.

    En 1951, una huelga en el País Vasco, mal vista por Washington ya que debilitaba a su nuevo amigo, fue desbaratada demasiado velozmente.

    La sospecha de que aquellos informes ahora estaban siendo utilizados contra los mismos vascos envenenó las relaciones de los líderes y precipitó también la ruptura de un acuerdo secreto de los Servicios Vascos con la inteligencia británica. Los ingleses rechazaron la sospecha de que habían sido ellos quienes vendieron a los agitadores vascos. La CIA quedó, entonces, dueña de la situación.

    (extraído del suplemento Zona, de "Clarín", 19/01/03)



    Imperium Hispaniae

    "En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."







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    Re: Los espías vascos en la Argentina

    Rogelio García Lupo. PERIODISTA.
    El 15 de febrero de 1946, a la madrugada, 840 hombres fueron embarcados en el transporte militar británico "Highland Monarch", amarrado en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires. El coronel inglés D.J.W. Bingham verificó personalmente la identidad de todos ellos, divididos en un grupo de 811 prisioneros de guerra que habían tripulado el acorazado alemán Graf Spee y otro de 29 espías nazis, entre estos últimos cinco españoles.

    Hasta ahora nadie había puesto en duda que la identificación de los agentes nazis fue la obra de los servicios de inteligencia norteamericanos y británicos. Pero la publicación de archivos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en la Argentina, como fuente de la historia de esa organización, escrita por un equipo encabezado por el investigador alemán Ludger Mees, permite ahora descartar aquella certeza.

    Según la documentación recientemente conocida, el PNV vigilaba la actividad local de los agentes nazis, valiéndose de sus contactos con la colectividad española y del privilegiado acceso que los vascos lograron en varios gobiernos argentinos.

    "Hubo más de un gran éxito, como el completo desmantelamiento de una red de espionaje nazi y el descubrimiento de sus ayudantes falangistas en Buenos Aires", según afirma el agente vasco Andoni Astigarraga citado al mencionar el episodio que culminó en 1946 con la deportación de los espías alemanes y sus socios españoles.

    Astigarraga fue el responsable del servicio de inteligencia de los vascos, primero en Caracas y más tarde en Buenos Aires, donde reorganizó después la red de informantes cuando, terminada la guerra, la persecución a los nazis fue reemplazada por la persecución a los comunistas, hasta la víspera aliados de los Estados Unidos. El material histórico de Astigarraga forma parte de un fondo documental denominado Servicios Vascos, que permite seguir la evolución de una red de inteligencia inicialmente construida para servir a la política del PNV pero que terminó al servicio de la CIA, especialmente en América latina.

    La formación de los Servicios Vascos apareció como necesaria hacia el final de la guerra civil española, cuando decenas de miles de vascos comenzaron a abandonar su país, sometido a la represión del triunfante general Franco.

    En su desesperación por encontrar un lugar para los refugiados, los líderes vascos hasta pensaron en establecer un "Estado Vasco Autónomo" en América del Sur y consultaron a los gobiernos de Ecuador y Paraguay, aunque después se limitaron a gestionar ventajas migratorias y renunciaron a la idea fantástica de una "Nueva Euzkadi en los Andes".

    En sus orígenes, los servicios vascos habían concentrado su actividad en registrar la presencia militar de alemanes e italianos en España. La tarea se depositaba después en el servicio de información de la República española que terminó recibiendo a los vascos como parte de su organización. También fueron reconocidos por los servicios de inteligencia del ejército francés, que pagaba a cambio de sus informes cuando la guerra en toda Europa estaba a un paso.

    En 1943 el presidente de los nacionalistas vascos, José Antonio Aguirre, decidió negociar con Estados Unidos un programa de cooperación política que de hecho puso a la red de los vascos a las órdenes de la inteligencia norteamericana. Bajo la forma de un acuerdo general de cooperación, las delegaciones del gobierno vasco en el exilio comenzaron a reunir información sobre los intereses alemanes en América latina, la identidad de sus representantes y los movimientos de personas y dinero en el campo comunista. Esta decisión de Aguirre incluyó un acuerdo financiero de los Servicios Vascos con el FBI. En la práctica, el FBI comenzó a pagar los gastos de los espías, entre ellos centenares de marineros vascos que se habían embarcado en flotas mercantes de otros países para salir de España.

    En las nuevas condiciones de trabajo, los espías cobraban de los fondos norteamericanos hasta 2.000 dólares en la Argentina y no más de cien en Chile. La tarea consistía en infiltrarse en organizaciones nazis y comunistas y recoger la mayor información sobre sus planes. Pero "los norteamericanos se quejaron de que la cantidad y la calidad de la información facilitada no correspondía a la generosa retribución de esos servicios en Argentina", afirma el historiador Mees. La crisis llevó al delegado del gobierno vasco en Buenos Aires, José María Lasarte, a proponer "nuevos agentes para mejorar el rendimiento", pero la propuesta fue rechazada por Washington.

    La cuestión de la colaboración con la inteligencia norteamericana a cambio de dinero caliente se convirtió en un asunto políticamente peligroso. Los Servicios Vascos recopilaban información sobre la actividad comunista en los países latinoamericanos, que por lo general terminaba en los archivos del FBI. Tambien los espías vascos dentro de España recogían información sobre la acción comunista en las fábricas y la remitían a los responsables de la red. El trabajo de los vascos contribuyó a formar un valioso banco de datos sobre la agitación antifranquista dentro de España.

    Fue entonces cuando el giro de la política mundial modificó radicalmente el tratamiento norteamericano a la España franquista. El presidente Dwight Eisenhower y el general Francisco Franco suscribieron un tratado por el que España cedió bases militares a los Estados Unidos, funcionales al conflicto conocido como "Guerra Fría" con la Unión Soviética.

    Los datos acumulados por la inteligencia norteamericana mientras Franco era su enemigo se transformaron en un arse nal a disposición de la policía española cuando España pasó a la condición de socio militar en el frente antisoviético.

    En 1951, una huelga en el País Vasco, mal vista por Washington ya que debilitaba a su nuevo amigo, fue desbaratada demasiado velozmente.

    La sospecha de que aquellos informes ahora estaban siendo utilizados contra los mismos vascos envenenó las relaciones de los líderes y precipitó también la ruptura de un acuerdo secreto de los Servicios Vascos con la inteligencia británica. Los ingleses rechazaron la sospecha de que habían sido ellos quienes vendieron a los agitadores vascos. La CIA quedó, entonces, dueña de la situación.

    (Zona, "Clarín", 19/01/03)



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    Re: Los espías vascos en la Argentina

    El lendakari José Antonio Aguirre, convertido en un mito por los nacionalistas vascos tras la Guerra Civil, fue el máximo responsable de una red mundial de espías al servicio de Estados Unidos. Con la excusa de debilitar el régimen de Franco, Aguirre puso al servicio de la CIA y del FBI a miles de militantes del PNV, exiliados vascos y hasta a curas y obispos de origen vasco en decenas de países. Esta es la tesis que sostiene el periodista José Díaz Herrera en su libro Los mitos del nacionalismo vasco (Planeta), que incluye también otros episodios oscuros.

    Uno de los pasajes más extraños de la biografía de Aguirre es su relación con los nazis. Herrera cuenta como, en plena guerra mundial, realizó un viaje de cuatro meses a Berlín. Su objetivo no era otro que negociar con Hitler la garantía de que el País Vasco se convertiría en un «protectorado» dentro de Europa una vez que Alemania ganara la guerra.

    Aguirre contaba con un informe del Euskadi Buru Batzar (máximo órgano del PNV) en el que se afirmaba lo siguiente: «Creemos en el talento político del Führer, en su sagacidad, en su alto espíritu de comprensión y esperamos que en el nuevo orden a establecer en Europa y particularmente en España, el problema vasco será tenido en cuenta».

    El PNV estaba convencido de que Hitler vería con «simpatía» su causa porque «el problema vasco está íntimamente ligado al problema racial alemán». Aunque no consiguió entrevistarse con Hitler, Aguirre dejó en su propio diario personal perlas como ésta, escrita el 21 de febrero de 1941 tras leer La Alemania de Hitler, una obra de propaganda nazi: «En el campo social se ha realizado una gran obra. Parece una copia de lo que hicieron y algún día harán mis compañeros... Cómo se equivocan los que juzgan la obra de Hitler».



    Cambio de bando

    Fracasado el intento de pactar con Hitler, el nacionalismo vasco cambió de bando y volcó sus esfuerzos en buscar una alianza para su causa con Estados Unidos. A cambio, ofrecieron toda la red de exiliados vascos en el mundo para actuar como espías. El llamado Servicio de Información Vasco debería, en teoría, delatar a los simpatizantes del nazismo que se refugiaban en Latinoamérica, pero lo cierto, según asegura Herrera con documentación clasificada de la CIA y el FBI, es que espió a los partidos políticos de democracias hispanoamericanas y delató a comunistas que promovían una política contraria al colonialismo de Estados Unidos. Elemento importante en esta trama fue Jesús Galíndez, dirigente del PNV que fue captado para el FBI de Edgar Hoover durante su etapa en República Dominicana.

    Clement Driscoll, jefe del FBI en la República Dominicana, envió un informe que, refiriéndose a Galíndez, decía: «Sigue brindando valiosa información sobre todos los refugiados españoles, los comunistas en la República Dominicana..... Es nuestra mejor fuente de información sobre el Partido Comunista de España y sus tentáculos».

    Díaz Herrera asegura también que Joseba Lasarte, jefe operativo de los espías vascos que actuaban en Latinoamérica, intentó poner en marcha «con la autorización de Alfonso Rodríguez Castelao, el dirigente nacionalista gallego de Galeusca» una red de espías utilizando a gallegos afincados en Buenos Aires «con excelentes contactos con el estamento militar». Los planes de utilizar a la colonia gallega para espiar en Argentina se fueron al traste porque a partir de 1944 el FBI desmanteló la colaboración con el nacionalismo vasco.

    El cambio de bando del PNV se había operado ya en la Guerra Civil. Tras haber intentado pactar un estatuto vasco con la derecha, Aguirre llegó a un acuerdo con Indalecio Prieto y, en plena guerra, se aprobó el estatuto vasco en una votación en la que sólo participaron 50 de los 315 diputados exigidos. A cambio, ayudarían militarmente al Frente Popular. En 1937, los nacionalsitas vascos pactaron sin embargo su rendidicón ante las tropas italianas en Santoña (Cantabria). Una vez más, exigían que se garantizase tras la guerra el protectorado vasco, algo que no consiguieron.

    (extraído de "La Voz de Galicia", 02/05/06)



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    Re: Los espías vascos en la Argentina

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Encontré los links, olvidé que los había guardado en Yahoo! bookmarks, el de "La Voz de Galicia" ya no está:

    Los espías vascos que operaron en la Argentina
    La utopía de una nueva Euzkadi en los Andes


    En Indymedia:

    Indymedia Euskal Herria | pagando el FBI se independiza cualquiera [errepikatuta]

    También habían tocado el tema en EL MUNDO pero ahora hay que registrase para leer artículos viejos.



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